Hoy en día, hasta las hormonas se ponen de moda. En los últimos tiempos, la oxitocina es presentada casi como una princesita dulce de los cuentos.
Los efectos de la oxitocina
En el cuerpo se sabe que promueve las contracciones en el parto y en la lactancia ayuda a crear el apego de la madre hacia el bebé. A nivel cerebral, parece que favorece vínculos empáticos y prosociales. A través del tacto segregamos también oxitocina.
Pero como en toda película, hace falta no solo una “princesa”, sino también un “villano”. Este papel cae sobre el cortisol, esa hormona vinculada a un sistema de estrés desregulado.
La solución es digna quizá de una película infantil, pero ciertamente inmadura. ”Vamos a abrazarnos 8 segundos porque se dice que se genera oxitocina y reduzcamos el cortisol”, se dice. Al biologizar el comportamiento hasta esos niveles se reduce muchísimo la visión.
Y es que la oxitocina no es solo una princesita dulce. Es también la hormona que hace que se tengan fuertes vínculos con el propio grupo, pero a la vez disminuye la relación con los grupos extraños o ajenos. En conocidos experimentos sobre toma de decisiones, como el famoso dilema del tranvía, la oxitocina favorece un comportamiento que aumenta, en vez de reducir, la distancia entre el ellos-nosotros, es decir, que hace que se sienta más favoritismo sobre los parecidos y más prejuicios y exclusión sobre los distintos. La oxitocina en chimpancés, por ejemplo, aumenta cuando están en conflictos con clanes rivales. No es tanto la hormona del amor, sino de la empatía con los cercanos y el rechazo a los diferentes. Lejos de una princesa de cuento.
Las otras funciones del cortisol
Ampliada la visión de la oxitocina, se debe prestar atención al “villano”, el cortisol. Aunque su papel es conocido de sobra en el estrés crónico, pequeños y graduales picos de cortisol como respuesta a los estímulos del ambiente son muestra de adaptación óptima. Producido en la corteza suprarrenal, el cortisol favorece, entre otras muchas funciones, a metabolizar grasas, hidratos y proteínas o mantener el equilibrio del agua y los electrolitos. Sin cortisol, no habría motivación alguna o posibilidad de responder ante los retos que la vida humana representa.
No es adecuado reducir la conducta a hormonas
Las hormonas no son sustancias que representan el bien y el mal dentro de los seres humanos. Esa visión, por famosa que sea, tiene más de religiosa que de científica y habla más de quien la muestra que de la biología humana.
Y es que todas las hormonas dependen del contexto. Sus funciones, lejos de ser unidireccionales, están interrelacionadas entre sí. Cuando se intenta explicar la conducta desde la biología mediante la sobresimplificación se corre el riesgo de introducir los propios sesgos y prejuicios en la ecuación. Ni la testosterona es la hormona de la violencia, ni la oxitocina la del amor, ni el cortisol la de la agitación. No se deben justificar los prejuicios morales de los buenos y los malos a través de la biología. No encaja.
Toca abrazarse mucho por afecto y compasión genuina, sin preocuparse de generar “oxitocina o cortisol o lo que toque” y sin duda reflexionar, más allá de una hormona aislada, quién es uno y quiénes son ellos.
Y, sobre todo, no poner el cronómetro ni contar los segundos. Sería un abrazo instrumental y utilitario.
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